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lunes, 22 de julio de 2013

La alegría del corazón es la vida de hombre.

1 Hijo mío, no te olvides de mi ley, 
Y tu corazón guarde mis mandamientos; 
2 Porque largura de días y años de vida 
Y paz te aumentarán. 
3 Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad; 
Atalas a tu cuello, 
Escríbelas en la tabla de tu corazón; 
4 Y hallarás gracia y buena opinión 
Ante los ojos de Dios y de los hombres. 
5 Fíate de Jehová de todo tu corazón, 
Y no te apoyes en tu propia prudencia. 
6 Reconócelo en todos tus caminos, 
Y él enderezará tus veredas. 
7 No seas sabio en tu propia opinión; 
Teme a Jehová, y apártate del mal; 
8 Porque será medicina a tu cuerpo, 
Y refrigerio para tus huesos. 
9 Honra a Jehová con tus bienes, 
Y con las primicias de todos tus frutos; 
10 Y serán llenos tus graneros con abundancia, 
Y tus lagares rebosarán de mosto. 
11 No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, 
Ni te fatigues de su corrección; 
12 Porque Jehová al que ama castiga, 
Como el padre al hijo a quien quiere. 
13 Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, 
Y que obtiene la inteligencia; 
14 Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, 
Y sus frutos más que el oro fino. 
15 Más preciosa es que las piedras preciosas; 
Y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella. 
16 Largura de días está en su mano derecha; 
En su izquierda, riquezas y honra. 
17 Sus caminos son caminos deleitosos, 
Y todas sus veredas paz. 
18 Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano, 
Y bienaventurados son los que la retienen. 
19 Jehová con sabiduría fundó la tierra; 
Afirmó los cielos con inteligencia. 
20 Con su ciencia los abismos fueron divididos, 
Y destilan rocío los cielos. 
21 Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos; 
Guarda la ley y el consejo, 
22 Y serán vida a tu alma, 
Y gracia a tu cuello. 
23 Entonces andarás por tu camino confiadamente, 
Y tu pie no tropezará. 
24 Cuando te acuestes, no tendrás temor, 
Sino que te acostarás, y tu sueño será grato. 
25 No tendrás temor de pavor repentino, 
Ni de la ruina de los impíos cuando viniere, 
26 Porque Jehová será tu confianza, 
Y él preservará tu pie de quedar preso. 
27 No te niegues a hacer el bien a quien es debido, 
Cuando tuvieres poder para hacerlo. 
28 No digas a tu prójimo: Anda, y vuelve, 
Y mañana te daré, 
Cuando tienes contigo qué darle. 
29 No intentes mal contra tu prójimo 
Que habita confiado junto a ti. 
30 No tengas pleito con nadie sin razón, 
Si no te han hecho agravio. 
31 No envidies al hombre injusto, 
Ni escojas ninguno de sus caminos. 
32 Porque Jehová abomina al perverso; 
Mas su comunión íntima es con los justos. 
33 La maldición de Jehová está en la casa del impío, 
Pero bendecirá la morada de los justos. 
34 Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores, 
Y a los humildes dará gracia. 
35 Los sabios heredarán honra, 
Mas los necios llevarán ignominia.

Comentario al Proverbio 3



Este capítulo es uno de los más excelentes de todo el libro, tanto por las razones que da para persuadimos a ser buenos como por las instrucciones que para ello nos ofrece.

I. Debemos ser constantes en el camino del deber, pues ese es el camino de la felicidad (vv. 1-4).

II. Debemos vivir dependiendo de Dios, pues ese es el camino de la seguridad (y. 5).

III. Debemos conservar el temor de Dios, pues ese es el camino de la sanidad (vv. 7, 8).

IV. Debemos servir a Dios con nuestros bienes de fortuna, pues ese es el camino de la prosperidad (vv. 9, 10).

V. Hemos de soportar con paciencia nuestras aflicciones, pues ese es el camino de la comodidad (vv. 11, 12).

VI. Hemos de poner toda diligencia en obtener la sabiduría, pues ese es el camino de alcanzarla (vv. 13-20).

VII. Hemos de gobernamos con las normas de la sabiduría, pues ese es el camino de la tranquilidad (vv. 21-26).

VIII. Hemos de hacer a nuestros prójimos todo el bien que podamos y ningún mal (vv. 27-35).

Versículos 1-6

Una vida de comunión con Dios produce inefables beneficios.

1. Hemos de observar continuamente los preceptos de Dios (vv. 1, 2), haciendo de ellos la norma de nuestra conducta. Y hemos de observarlos de todo corazón. Para animamos a sometemos a todas las restricciones y ordenanzas que nos impone la ley de Dios, se nos asegura aquí (v. 2) que ese es el camino cierto para la longevidad y la prosperidad. Ni aun los días de la vejez serán malos, sino días en los que hallaremos placer: «te añadirán...años de vida y paz». «Mucha paz tienen los que aman tu ley» (Sal. 119:165).

2. Hemos de recordar continuamente las promesas de Dios, que van anejas a los preceptos de Dios: «gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres» (v. 4) es promesa para los que obran con bondad y fidelidad (v. 3), ya que estas cualidades se atribuyen precisamente, con mucha frecuencia, a Dios (DL 7:9, etc.), pero aquí, como en 14:22; 16:6; 20:28 se atribuyen a los hombres (sin contar los lugares en que sólo el jesed-amor o bondad- está explícito). Toda persona piadosa busca, ante todo, el favor de Dios, aunque no haya de despreciarse la estima de los hombres (Est. 10:3).

3. Hemos de atender continuamente a la providencia de Dios, a fin de depender de él, con fe y oración, en todos nuestros asuntos. Hemos de fiarnos de Yahweh con todo el corazón (v. 5, comp. con Sal. 37:3, 5), no en nuestras propias opiniones, aunque nos parezca que el asunto es como camino trillado, cosa fácil para la que no necesitamos consejo de nadie. En todos nuestros caminos hemos de reconocerle (v. 6): tener comunión con él y reconocer su mano, poniéndonos en todo a su disposición, pues él hará derechas nuestras veredas, promesa que se repite en 11:5; 15:2 1 (comp. con Is. 45:13); nuestro camino será seguro y fácil, con un feliz resultado.

Versículos 7-12

Tenemos aquí tres exhortaciones, cada una de ellas corroborada con buenas razones:

1. Debemos vivir en humilde y respetuosa sumisión a Dios y a su gobierno (v. 7): «teme a Yahweh y apártate del mal», es decir, si temes a Dios te apartarás del mal, pues lo segundo es consecuencia de lo primero. Para animamos a vivir así en el temor de Dios, se nos promete (v. 8) que nos aprovechará incluso corporalmente como alimento para los músculos (lit, el ombligo) y para el tuétano de los huesos. Con el vigor del cuerpo, el espíritu adquirirá también mayor firmeza para tomar las resoluciones pertinentes; por otra parte, la prudencia, la templanza y la sobriedad, la calma mental y el buen gobierno de las pasiones, que la religión nos enseña, no sólo fortalecen la salud del alma, sino también la del cuerpo.

2. Debemos hacer buen uso de nuestros medios de fortuna, pues ése es el camino recto para incrementarlos (vv. 9, 10): «Honra a Yahweh con tus bienes, etc... y serán llenos tus graneros, etc». Las riquezas de este siglo son secundarias, frágiles, efímeras; sin embargo, aun en esto suele Dios bendecir al que honra a Dios, especialmente al que le honra con el buen uso de ellas. Nótese, sin embargo, como hace notar Cohen, que la recompensa que esas bendiciones materiales suponen no se presenta en la Biblia como un incentivo para la buena conducta. Por eso, dice el salmista (Sal. 1 l2:l) «Dichoso el hombre que teme a Yahweh, y en sus mandamientos (no en la recompensa) se deleita en gran manera».

3. Debemos conducimos rectamente bajo las aflicciones (vv. 11, 12). No hemos de menospreciar la reprensión(hebreo musar, el mismo vocablo de 1:8) de Yahweh; es decir, no hemos de tomarla a la ligera como si nada tuviese que ver con nosotros, sino que, viendo en ella un propósito benéfico de Dios, hemos de sacar de ella el beneficio que Dios intenta. No se nos pide que seamos estoicos, duros como piedras, a fin de que las aflicciones nos hagan menos daño, pero tampoco hemos de• sentir asco de ellas (ése es el sentido del verbo en hebreo, en vez de «fatigarse»), pues la aflicción es disciplina del Señor (comp. con He. 12:6-11), y él conoce de qué estamos hechos (Sal. 103:14) y hasta dónde podemos aguantar (1 Co. 10:13). No estamos hablando de una justicia vindicativa, sino de una corrección paternal para nuestro mayor bien.

Versículos 13-20

Dichoso el hombre que halla la sabiduría, la verdadera sabiduría, que consiste en conocer y amar a Dios, y en conducirse enteramente de acuerdo con su verdad, su providencia y su ley.

1. Qué sabiduría es la que hace feliz. Feliz es el hombre que, al hallar la verdadera sabiduría, la hace suya extrayendo entendimiento, como dice el original hebreo. No la tiene en sí, pero la extrae con el cubo de la oración de la fuente que ofrece generosamente sabiduría (Stg. 1:5). Se fatiga en ello, como quien extrae oro de una mina, porque le da un valor mayor que el de la plata, oro o piedras preciosas (v. 14). Es la perla de gran valor (Mt. 13:45, 46), por cuya adquisición bien vale la pena venderlo todo. «Compra la verdad», dirá después (23:23); no dice a qué precio, pero bien se da a entender que cualquier precio es bueno para obtenerla, antes que perderla.

2. La dicha de los que la hallan es una dicha trascendente, como podemos ver (vv. 14, 15, comp. con Job 28:15 y ss.). Es un saber para salvación eterna (2 Ti. 3:15), con la que no se puede comparar ningún bien de este mundo.

El universo entero no puede proveer el rescate de un alma que se va a perder por falta de la verdadera sabiduría. Los (vv. 16-18) vienen a explanar lo que ha dicho en el (v. 2). La sabiduría aparece aquí como una reina, repartiendo dones a diestra y siniestra a quienes son sus fieles súbditos. Ofrece longevidad en su mano derecha, pues da consejos y proporciona métodos para prolongar la vida (hasta la eternidad) y en su mano izquierda ofrece riquezas y honor. El sentido de este binomio se entiende mejor comparando este lugar con Ex. 28:2, 40 e Is. 35:2. El deleite (v. 17) que ofrece es de la mejor calidad, pues ningún placer de los sentidos puede compararse con el que las almas piadosas hallan en la comunión con Dios y en hacer el bien a todos. La mención del árbol de la vida (v. 18, comp. con Gn. 2:9) sugiere que es para el alma lo que dicho árbol habría sido para nuestros primeros padres si se hubiesen alimentado de él en lugar de comer del árbol prohibido (comp. también con Ap. 2:7; 22:2). Llega a ser una participación de la propia dicha de Dios (vv. 19, 20), quien con la sabiduría (8:22 y ss.) llevó a cabo la obra de la creación.

Versículos 21-26

1. Aquí se nos exhorta a tener siempre a la vista y en el corazón las normas de la piedad sincera (v. 21): «Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos; que no se aparten de ellas tus ojos para irse tras la vanidad. Tenías siempre presentes, cultívalas y practícalas mientras vivas. Guárdalas en tu corazón como en cofre de tesoros, pues es ahí donde anidan la prudencia y la discreción».

2. El argumento para corroborar esta exhortación se toma de las inefables ventajas que nos proporciona la sabiduría (v. 22): «Y serán vida para tu alma (comp. con y. 18); te avivarán el sentido del deber y te fortalecerán durante tus aflicciones cuando comiences a sentirte débil y decaído. También serán gracia para tu cuello, como un hernioso collar de perlas o una cadena de oro. Entonces (v. 23) andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará (comp. Sal. 91:12); caminarás bajo la protección de la providencia y de la gracia, mientras no seas tú quien se expone al peligro. El camino del deber es el camino de la seguridad. Ella te servirá de estupenda medicina contra los temores nocturnos a los ladrones, a los espectros, al fuego, etc. (v. 24) y aun contra el pavor repentino (v. 25), es decir, contra una experiencia aterradora que sobreviene de súbito, puesto que el Padre que vela por nosotros no duerme ni puede haber cosa alguna que le tome por sorpresa. El mejor remedio para tener una buena noche es tener una buena conciencia.

Versículos 27-35

Vienen ahora normas concernientes a nuestra relación con el prójimo.

1. Debemos dar a cada uno lo suyo, tanto lo que se le debe en justicia como lo que exige la caridad, y eso sin dilaciones ni excusas (vv. 27, 28). El contexto indica que se trata especialmente del prójimo pobre, a quien hay que dar lo que necesita sin hacerle esperar. Prometer para mañana (v. 28) lo que se puede dar hoy, además de ser injusto, es problemático pues nadie sabe si vivirá mañana ni el que debe dar ni el que necesita recibir. Este deber incluye: (A) El pago de deudas; (B) El pago de rentas y salarios; (C) La provisión para nuestros familiares necesitados; (D) Nuestra contribución tanto para la Iglesia como para el Estado; (E) La buena disposición para todo acto de amistad y humanidad, a fin de aliviar problemas y necesidades locales, nacionales y mundiales de toda índole.

2. Nunca hemos de tramar ningún daño contra nadie (v. 29), sobre todo cuando nuestro prójimo está confiado, es decir, no sospecha ningún mal de nuestra parte y, por ello, no se pone en guardia.

3. No hemos de ser foco de contención o discordia (v. 30); «No tengas pleito con nadie sin motivo». Es aquí donde el amor juega un importante papel (V. 1 Co. 13:4-7), pues no piensa mal. La mayoría de los pleitos perjudiciales surgen de sospechas infundadas, teniendo por mala intención lo que quizá fue inadvertencia. Ir a los tribunales debe ser el último recurso.



4. No hemos de envidiar la prosperidad de los malhechores (v. 31, comp. con Sal. 73:3), ni ceder a la tentación de imitarles. Para mostrar cuán pocos motivos tienen los santos para envidiar a los pecadores, Salomón compara, en los últimos cuatro versículos de este capítulo, la condición de unos y de otros:

(A) Los santos gozan de íntima comunión con Dios, pero los perversos son abominables a los ojos de Yahweh. El que no odia nada de lo que creó, se ve en la necesidad de abominar a quienes de tal modo han corrompido lo que Dios hizo en ellos. Los más dulces y benditos secretos del amor de Dios son comunicados a sus amigos (comp. con Jn. 15:15).

(B) Los santos, y su morada, descansan bajo la bendición de Dios (v. 33), aunque su morada sea simplemente un «aprisco de ovejas», como da a entender el original, mientras que la «casa» (de suyo, morada fija y permanente) del impío está bajo la maldición de Yahweh ¿De qué le sirve vivir en un palacio, si es un palacio maldito?

(C) Aún lo que Dios da a los escarnecedores o burladores (v. 34), lo da burlándose de ellos. Este parece ser el sentido del original. En otras palabras, les paga con su misma moneda. En cambio, a los humildes les muestra siempre su favor, pues al que se humilla a sí mismo, no de palabra falsa, sino de obra sincera, Dios lo enaltece.

(D) Los santos son los verdaderos sabios (v. 35), por lo cual recibirán respeto y aprobación de quienes saben apreciar la verdadera sabiduría, mientras que los necios en sentido moral (hebr. kesilim) terminarán en perpetua confusión e ignominia.



AMOR PAZ LUZ Y CONCIENCIA.

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